Por Maibort Petit
Tuvieron que transcurrir doce años de la muerte del Libertador, Simón Bolívar, para que se erigiera en 1842 el primer monumento en el mundo en su honor. Esto ocurrió a propósito del traslado de sus restos mortales desde Santa Marta, Colombia, a Caracas, el 17 de diciembre de dicho año.
Y entretanto al Libertador de cinco naciones se le rindió tributo transcurridas más de dos décadas de su fallecimiento, el ego del gobernador del central estado Carabobo en la actualidad, Rafael Lacava, le impuso a la ciudadanía de esa entidad el tener que rendirle culto en un complejo deportivo de la ciudad costera de Puerto Cabello, anteriormente gobernada por él y de la que también es oriundo.
No se trató de una sorpresa ni de un homenaje planificado por un tercero, sino de un mero acto de egocentrismo del propio mandatario regional quien, sin que se haya ofrecido explicación alguna acerca del origen de los fondos que pagaron tal ejercicio de egolatría.
Un acto catalogado por el dirigente del Movimiento Por la Democracia, Sergio Sánchez, como una “gravísima desviación en un gobernante. Creerse un prócer, líder que trasciende la historia y por tanto merecedor de una estatua en vida”.
Sánchez aseveró que se trata de una acción consecuencia del “ego patológico” del gobernador chavista.
La estatua está ubicada en el citado complejo deportivo rebautizado con el nombre del futbolista argentino, Diego Maradona, a quien, igualmente, se le erigió una efigie de 12 metros, un adefesio del peor gusto del que Lacava se jacta y promociona como el monumento más grande al atleta albiceleste en Latinoamérica.
Culto a la personalidad
Una de las características de los regímenes de autoritarios es el culto a la personalidad que en ellos se fomenta, llegando en ocasiones a la adoración y adulación excesiva del líder o caudillo carismático. Tal es el caso del finado expresidente Hugo Chávez, quien en vida vivió de la lisonja y después de muerto se ha convertido en imagen de culto e idolatría. El Cuartel de la Montaña se ha instituido como su centro de devoción.
Los líderes son elevados a tal extremo de que se convierten en figuras casi religiosas o sagradas. Un ejemplo patente de ello es el régimen de Corea del Norte donde los catalogados como líderes supremos ya fallecidos, Kim Il-sung y su hijo Kim Jong-il —abuelo y padre del actual mandatario Kim Jong-un— son idolatrados a límites inimaginables.
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